No poder amamantar puede definirse como un duelo. Y es que por circunstancias que representen algún riesgo para la madre o el recién nacido prematuro, este binomio puede ser separado desde el mismo momento del parto, generando sentimientos de frustración en esta importante etapa de la lactancia.
Algo de lo que poco o casi nada se habla es de las consecuencias que genera dicha separación, pues la madre, aunque desea amamantar a su bebé, está limitada por el estado del prematuro, desencadenando una descompensación en la materna. Así mismo, transformaciones físicas y hormonales, hacen que la madre se sienta agotada y desvanecida, lo que puede conllevarle a un equivocado sentimiento de desilusión.
En las unidades de cuidado intensivo se brinda la información y el acompañamiento que se requiere durante esta etapa. Allí el personal de salud se encarga de compensar la fuente nutricional del recién nacido mientras sus condiciones de salud mejoran, al igual que trabajan con la madre en su empoderamiento frente al rol de amamantar.
Luego de sobrepasar las prioridades médicas y de tener un parte adecuado de salud, las madres pueden empezar a sanar sus heridas a través del contacto piel a piel con su hijo. Durante este acto, el cerebro de la madre y del recién nacido actúan como un órgano social que permite el renacer del instinto, del vínculo y del apego.
En el Programa Madre Canguro del Hospital Federico Lleras Acosta, se trabaja arduamente para que el proceso de la lactancia se establezca de nuevo, para que la conexión emocional sea el principal ingrediente que sane las heridas del alma y seguramente del cuerpo, de un binomio que por circunstancias de la vida pasó por un camino de pruebas y dentro de ellas el de la prematurez.