Trabaja en cadáveres

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Uno de los oficios menos deseados para desempeñar profesionalmente es el de arreglar cuerpos sin vida. Miedo a la muerte, repulsión por la sangre o incluso temor por el aparente susto que pueda ocasionar un difunto, son algunos factores que las personas expresan con recelo a la hora de ver esta actividad como un empleo formal.

“Carlos” es un hombre de 52 años de edad a quien le omitiremos su verdadero nombre a petición de él mismo, pero quien nos compartió su experiencia en la labor de arreglar cuerpos de personas fallecidas para darnos a conocer la experiencia que vive a diario.

Con 26 años de labores en el cementerio San Bonifacio de Ibagué, “Carlos” ha visto llorar a miles de personas por sus seres queridos. La fuerza de sus brazos la ha usado para dirigir cuerpos sin vida a su última morada, pero en ese propósito se capacitó para no sólo conducir cadáveres a las bóvedas sino además para arreglarlos y dejarlos de la mejor manera posible para ser presentados a sus seres queridos.

Aunque comenzó con los oficios habituales de un sepulturero, poco a poco se fue interesando por la actividad que se desarrolla en el laboratorio también conocido como morgue. Vela siempre por conservarlo limpio y disponible para cuando algunas entidades lo requieren para un servicio, pero también lo mantiene aseado para cuando es él quien debe hacer los procedimientos.

Para iniciar el trabajo en un fallecido, comienza por equiparse de ropa adecuada para la práctica. Elementos como el tapabocas, gorro, guantes y botas de caucho, cubren su cuerpo como si quisiera ocultar su identidad de quien yace sin vida en sus manos.

Luego de acomodar el cuerpo en la mesa de procedimientos, succiona con el bronco aspirmuerto2ador los líquidos de la cavidad torácica para evitar que en pocas horas inicie su estado natural de descomposición. Acto seguido, busca la vena yugular y la arteria aorta de quien reposa sin vida, donde se inyecta el formol para su preservación temporal. Después viene el taponamiento de los orificios (oídos y nariz) y se realiza el baño para retirar residuos de tierra, polvo, sangre o líquidos restantes. El cadáver se viste con la ropa que los dolientes suministren y finalmente el rostro es maquillado para ocultar impurezas faciales que puedan afectar la última imagen que la familia y los acompañantes tengan del ser que dejó de vivir.

Un procedimiento tanatopráctico normalmente puede durar alrededor de una hora, siempre y cuando la persona no haya tenido una muerte violenta.

Más de 200 cuerpos sin vida han sido arreglados por “Carlos”, varios de ellos niños y niñas fallecidos en diferentes circunstancias. Y aunque el oficio de este hombre es incomparable, él lo seguirá haciendo como práctica de su labor y como sustento para su familia; pues fue para lo que se capacitó y se siente respetuosamente satisfecho de ejercer su trabajo de la mejor manera posible.